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¿Llega o no el Peje?

Desde ya y hasta julio de 2018 México vivirá un ambiente de profundo encono político que tiene como explicación una premisa en la que coinciden propios y extraños: en la elección del año que entra se definirá el destino de nuestro país entre dos caminos, la continuidad en el modelo de nación o un cambio de rumbo que para unos es esperanza pero para otros implicaría graves retrocesos.

División es la constante, y no nada más la que representa la opción de Andrés Manuel López Obrador frente a todas las demás, sino hacia adentro de los propios contendientes, incluido por cierto el propio Movimiento de Regeneración Nacional.

Porque si bien son de antología el pleito en Acción Nacional y el desgarramiento en el Partido de la Revolución Democrática, no lo es menos el cisma en Morena y hasta la lucha interna entre los priístas por la candidatura presidencial.

El PAN, la histórica y tenaz oposición que se convirtió en un gobierno para muchos fallido, está atrapado entre la ambición de su presidente nacional, Ricardo Anaya, y el resurgimiento del calderonismo que busca regresar a Los Pinos, con el aderezo de un exgobernador protagónico que todavía hace su lucha.

Moreno Valle y Margarita Zavala contra el joven líder que ha dividido a su partido, y que ahora justifica sus fallas políticas o hasta sus escándalos personales arguyendo que todo se debe a la negativa panista de dejar pasar al actual Procurador General de la República como primer Fiscal General de la Nación.

Mala jugada, porque Anaya olvida que él mismo avaló un dictamen legislativo para ratificar a Raúl Cervantes como titular de la PGR y con ello virtualmente su pase automático a Fiscal.

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Arriesgada maniobra también, porque la liga se estira hasta el punto de no poder instalar la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados por la rebelión de anayistas ante la elección de Ernesto Cordero como presidente del Senado y la inminente votación para que el abogado de Enrique Peña Nieto sea el primer titular de la nueva Fiscalía por los próximos 9 años.

Por el lado del PRD, continúa el éxodo de militantes –distinguidos los menos y no tanto los más- hacia Morena, pese a aferrarse al bastión capitalino que todavía gobierna Miguel Mancera, y a lo rescatable en Michoacán, Morelos y Tabasco, con los también presidenciables (eso dicen) Silvano Aureoles y Graco Ramírez, o el impredecible expriísta Arturo Núñez.

Y en el partido de López Obrador, el tabasqueño enfrenta la primera gran crisis de su instituto, a sólo 3 años de su creación, porque no se puede llamar de otra forma al rompimiento con Ricardo Monreal tras el poco claro proceso de selección del candidato morenista al gobierno de la ciudad de México.

Monreal seguramente será candidato, pero de un frente anti-Peje que podría darle un serio dolor de cabeza a Morena en la capital, pese a estar arriba en todas las encuestas, y con ello también poner en riesgo la ventaja del propio López Obrador en la carrera presidencial.

El caso Monreal tiene implicaciones mucho mayores, porque lo que pase en la conformación de su candidatura podrá definir también el renacimiento del PRD y hasta del PRI en la ciudad de México, y mover las piezas del tablero para el 2018, sobre todo en cuanto al Frente Amplio Opositor y el papel que jueguen entonces el PAN y Miguel Mancera en la carrera hacia Los Pinos.

¿Y quién es el ganón de tanta división?  Lo adivina usted: el PRI, que después de su Asamblea aseguró que sea el presidente Peña quien decida el nombre de su candidato, a pesar de haber 4 o 5 opciones en la mesa.

La pelea tricolor seguramente se diluirá tras el dedazo presidencial y la tradicional disciplina priísta, por lo que podrá enfrentar el proceso electoral con mejores posibilidades competitivas de las que se vislumbran ahora, tras un gobierno de poco apoyo popular por sus escándalos de corrupción, pero que puede presumir ahora mismo algunos logros en materia de crecimiento económico, inversiones petroleras y avances en materia de telecomunicaciones.

Con un panismo profundamente dividido, un PRD que se concentrará en la capital del país y un claro candidato de izquierda polarizador –que así como arrastra simpatías genera desconfianza y hasta miedo- un buen candidato del PRI podría repetir el escenario de una elección entre dos.  En 2006 fue Calderón o el “peligro para México”, y en 2012 fue Peña o nuevamente la opción de un giro a la izquierda.

2018 será la última oportunidad para el Peje. Y la apuesta será simple: que llegue o que no llegue.  Dependerá quién sea la otra opción y cómo la juegue. Y, claro, la guerra a todo lo que dé.