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Imprudencia involuntaria | Huberto Meléndez Martínez

Recientemente había llegado de Estados Unidos, por reubicación del trabajo de su papá. La falta de dominio del habla hispana la recluía y, aunque las compañeras del grupo procuraban acercarla a sus círculos de convivencia, ella prefería estar sola.

¿Cuántas reflexiones haría respecto a su nueva realidad? ¿Qué sentimientos encontrados había en su interior? ¿Qué relación había tenido durante esos primeros trece años de vida, comparada con esta nueva circunstancia?

Con seguridad extrañaba a sus antiguos condiscípulos, a sus anteriores maestros. Todo era distinto la comunidad, la escuela, los muebles, los horarios, las formas de trabajar, incluso el tipo de alimentos. ¿Qué hacer para superar la situación?

Un funcionario solicitó un examen académico para explorar los contenidos que manejaba en las diversas áreas del conocimiento y ubicarla en algún grado.

Fue desafortunado el resultado porque el examen debió hacerse en inglés; complementarlo en forma oral y en su idioma materno, además de eliminar asignaturas como Historia de México, pues era absurdo esperar una buena nota en algo totalmente desconocido para ella.

El director dio más importancia al grado de madurez, que los conocimientos académicos examinados en la niña. En tal virtud fue inscrita en primer grado de secundaria. Solicitó los documentos de inscripción y traslado.

Un par de días después la aspirante se presentó al área administrativa con su legajo de papeles. Ese día, a esa hora se realizaba una reunión de Consejo consultivo escolar en la oficina de la dirección. Como el espacio era reducido, los integrantes de ese Consejo estaban apretujados en los muebles de la estancia.

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La secretaria no había recibido las instrucciones específicas para inscribirla y mandó llamar a la Trabajadora social, la cual tomó los documentos e invitó a la joven a pasar a la dirección para consultar a detalle su caso con el director.

Sucedieron varias situaciones simultáneamente. El directivo se puso de pie para saludar a la alumna, los maestros hicieron silencio para permitir la interlocución de ambos, la Trabajadora social quedó expectante… y la niña rompió en llanto.

Al desconocer la dinámica escolar, la estudiante quedó impresionada con la presencia de quienes estaban dentro de la oficina y creyó que la reunión fue motivada por su situación, e imaginó noticias desalentadoras también para su familia.

Todos quedaron impresionados, incómodos, salvo el director, quien mantuvo la cordura y ordenó a la compañera hacer algo por tranquilizarle, mientras desalojaba la estancia.

Con serenidad y apenado, reconoció la falta de tacto y pidió comprensión a la concurrencia. Solicitó paciencia y atención apropiada para propiciar la aceptación en la comunidad escolar, de la nueva alumna.
Se avecinan circunstancias semejantes en nuestro país. Docentes y autoridades ocupan implementar un plan de atención a estudiantes repatriados.

Los migrantes deberán poner de su parte para asimilar el cambio. A los anfitriones nos corresponde asumir una actitud de apertura, solidaria, afectiva, flexible, hospitalaria y generosa, en pro de la interculturalidad.