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La semana santa del Partido del Trabajo

La celebración de Pascua llegó puntual este 2017 para el Partido del Trabajo (PT), desahuciado apenas hace unos meses por no haber logrado el mínimo de votación nacional exigido a cualquier instituto político para mantener su registro y –con él- las millonarias prerrogativas provenientes del fisco federal.

La fiesta pascual significa resurrección, y es lo que experimenta en estos días santos la franquicia fundada el 8 de diciembre de 1990 durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, a cuyo hermano Raúl se atribuyen las maniobras políticas para la conformación del PT en el tablero electoral mexicano.

Tras no lograr el registro definitivo en su primera participación comicial (1991), hizo circo, maroma y teatro para obtenerlo en 1992 y poder participar así en la elección federal de 1994 donde, con Cecilia Soto como abanderada presidencial, logró casi un millón de sufragios que representaron un 4 por ciento de la votación que lo consolidaron definitivamente.

El destino posterior del PT estuvo ligado irremediablemente a alianzas que garantizaran su sobrevivencia, a cambio de votos nada despreciables para su aliado consecuente, el Partido de la Revolución Democrática, que en el año 2000 postuló sin éxito por tercera ocasión al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.

Sin embargo, aquella elección catapultó al tabasqueño Andrés Manuel López Obrador a la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal y al control absoluto del PRD, quien mantuvo al PT como aliado 6 años después, en la jornada electoral donde AMLO quedó a medio punto porcentual de ganar la Presidencia de la República.

Con un valor electoral de apenas 2 por ciento de la votación nacional, el partido “propiedad” de Alberto Anaya al servicio de López Obrador mantuvo su registro y su representación legislativa hasta que el cambio de legislación elevó dicho mínimo a 3 puntos porcentuales para la elección federal del 2015 por lo que, al no alcanzarlo, comenzó su disolución.

Recuerdo los rabiosos spots publicitarios donde el PT se auto-victimizaba por perder su registro “sólo por unas décimas” –como sí ocurrió con el partido Democracia Social en el año 2000- insinuando oscuras fuerzas perversas que pugnaban por su desaparición.

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La anulación del proceso comicial en el distrito I de Aguascalientes en 2015 permitió que –con el respaldo de los partidos PRD y Movimiento Ciudadano- la nueva contabilización le permitiera al PT revalidar su registro y sus prerrogativas de aproximadamente 400 millones de pesos al año, más gastos en procesos electorales.

Nada mal para un negocio, ¿cierto?

La historia viene al caso porque el Partido del Trabajo contaba hasta hace unos días con una bancada de 5 senadores en la Cámara Alta, como resultado de las elecciones de 2012, y ahora resulta que es la ¡tercera fuerza senatorial!

¿Por qué?  Sencillo: su “domingo de ramos” le hizo llegar “del cielo” 9 senadores más producto de la profunda escisión que está acabando con el otrora representante de la izquierda mexicana, el PRD, que experimenta un éxodo hacia la figura de Andrés Manuel López Obrador, puntero en las encuestas adelantadas para la elección presidencial de 2018.

Y el PT le sigue apostando al Peje, por supuesto. Su alianza con el nuevo partido Morena le garantiza su registro pase lo que pase el año que entra.  ¡Faltaba más!

¿Qué importa si Miguel Barbosa, Luz María Beristain, Lorena Cuéllar, Zoé Robledo, Luis Humberto Fernández, Benjamín Robles, Fidel Demédecis, Rabindranath Salazar y Mario Delgado hayan sido elegidos con otra bandera?

¡No hombre!  Lo que importa es la cargada pejista y los dineros (¿más?) que representa ser la tercera bancada en el Senado encabezada por -¿se acuerdan- el salinista Manuel Bartlett Díaz, hoy cercanísimo a AMLO.

¿Y las ideas?

¿Y las lealtades?

¿Y los electores?

Todo eso que se joda. Y que vivan las instituciones, aunque las hayamos mandado ya varias veces al diablo.