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Falta de decoro | Huberto Meléndez Martínez

Falta de decoro – Un trabajador de servicios en una escuela secundaria, interrumpió la clase del maestro encargado del plantel, durante la ausencia del director. Lo llamó hacia el exterior del salón para decirl:

“Maestro, por favor autoríceme un vale de pintura del almacén. Hay varias latas en existencia, sólo falta el solvente, pero podríamos traerlo de inmediato. He visto la reja de la entrada con deterioro y podríamos pintarla en dos días. Estamos inactivos desde ayer”. Luego dijo en tono de murmullo, “Vine a escondidas de mis compañeros, porque ellos no quieren trabajar. Dicen que ya terminaron su quehacer, pero están de perezosos”.

El docente aludido conocía la laboriosidad de este solicitante, tomó el papel y firmó en el espacio para la autorización, dudando sobre la realización de la actividad. Sabía de la resistencia anticipada de sus colegas, caracterizado por su indolencia y actitud limitada para cumplir con eficiencia sus tareas. Pocas veces mostraron creatividad, iniciativa o ingenio. Se quejaban reiteradamente de la insuficiencia de salarios y falta de reconocimiento por su trabajo.

Éste joven era entusiasta e inquieto, estaba contratado de manera temporal. Su carácter alegre y sencillo cultivaba buenas relaciones con los demás. Seguramente en su familia había recibido una formación sólida en la cultura del esfuerzo.

Al dejar de estudiar por falta de recursos económicos, tuvo empleos eventuales. Cuenta haber aprendido buenos modales, porque conoció la experiencia y honorabilidad de varias personas mayores.

Cuando salió el maestro, vio al conjunto de intendentes ocupados con la brocha, bajo los rayos del sol del naciente verano. El joven y el profesor intercambiaron miradas de aprobación. Por esta ocasión habían logrado resultados inmediatos y tangibles.

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“El dolor de cabeza de los directores de las escuelas, son el personal de servicios, en particular los intendentes”, se decía coloquialmente en las reuniones directivas, a pesar de que la mayoría acataba las órdenes de trabajo; una cantidad menor cumplía con eficiencia sus funciones. Generalmente son huidizos de la presencia o vigilancia de la autoridad.

Donde existen buenos trabajadores en esos equipos, es claramente perceptible su desempeño porque los espacios y anexos lucen limpios, frescos, alegres y cómodos para el aprendizaje. Reciben un trato atento, amable de alumnos y mentores, involucrándose en el mantenimiento de los edificios, con la implementación de campañas permanentes de limpieza y orden.

Hay quienes defienden al sector considerando su vulnerabilidad formativa. No necesariamente una persona instruida es una persona eficiente, trabajadora, responsable, ingeniosa, emprendedora y creativa.

Un trabajador generoso consigue, en consecuencia, aprecio, reconocimiento y solidaridad de sus compañeros. Por ello los partícipes en un centro educativo deben conciliar sus pretensiones, cultivar y actualizar la formación profesional, propiciar un ambiente adecuado a los aprendizajes y la motivación por el estudio, para responder a la demanda de servicio público.

Dice el poeta José Martí que “Los hombres son como los astros, unos dan luz de sí y otros brillan con la que reciben”.

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