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28 de marzo de 2024 | Dolar:$16.53

Una función de la familia | Huberto Meléndez

A Julio Laredo M. por su
presencia durante la infancia.

Pudo llegar al pie del mostrador de la cooperativa del rancho, el cual estaba demasiado alto para él, pues pronto cumpliría cinco años de edad. Había personas mayores en el interior de la tienda, conversando sobre los temas ordinarios del campo. Algunos solícitos, inquirían sobre lo que necesitaba el pequeño, el cual introvertido mantenía la vista abajo, recargado en las tablas rústicas del mostrador de despacho, ocupado solo por la báscula.

El niño sentía vergüenza ante los concurrentes, pues siempre acudía a ese lugar acompañando a alguno de sus hermanos mayores. Esta vez tuvo la audacia de actuar en solitario.

Días antes habían estado ahí para cambiar algunos puñados de maíz de la cosecha reciente del abuelo, pues una de las tías consentidoras se los había obsequiado, para que pudieran adquirir galletas de coco, como premio por haberle ayudado a desgranar mazorcas para poner el nixtamal de diario. Aquella ocasión los tres salieron alegres abrazando un alcatraz elaborado con papel periódico, repleto de galletas para compartirlas con la tía y los demás hermanos.

El sabor de la golosina quedó en su paladar, apeteciendo casi a diario una nueva ración. A pesar de su corta edad sabía de la falta de dinero en la casa y, tomando una bolsa semivacía de jabón en polvo, de las que su mamá dejaba junto al lavadero, fue a casa de los abuelos y la llenó de maíz. Intuyendo que era una acción ilícita, escondió la bolsa bajo su chamarra de mezclilla, estrenada el domingo anterior. Era muy amplia, pues su madre acostumbraba comprarles ropa de tallas más grandes porque iban a crecer pronto. De esa manera podrían usarla más tiempo y hasta alcanzarían a ponérsela los hijos menores.

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Su figura grotesca, aumentada en volumen por la bolsa oculta bajo la ropa, cruzó el patio intermedio entre su casa y la tienda.

Los sentimientos encontrados, la zozobra de ocultarse, la presencia de la gente le dificultaba responder.

¿Qué quieres llevar?, ¿Por qué no vino Pancho?, ¿Quieres comprar algo?, decía el dependiente. Tantas preguntas y la alusión hacia su hermano provocaban más introversión.

Empezaba a animarse a hablar cuando llegó su primo Julián, acentuando el temor al sentirse descubierto. El empleado aprovechó la figura familiar para hacerse entender. Pues quién sabe lo que quiera, aquí trae una bolsa con jabón y maíz. ¿Qué vas a comprar?, dijo con su característica voz fuerte, clara y franca.

Apenas logró escuchar la petición. Ah, quiere cambiar por galletas jarochas. Él mismo le ayudó a meterlas en las bolsas de su ropa, se treparon a la horqueta de un pirúl para degustarlas. El infractor creyó tener un cómplice, pero el familiar le reprendió verbalmente por el acto.

Una persona difícilmente recuerda los primeros actos ilícitos y por ello la familia es un factor determinante en la corrección del rumbo, mediante la educación y la formación en valores de los menores.