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Esperar por generaciones | Huberto Meléndez Martínez

Esperar por generaciones – Con la mirada turbia y con los párpados a media asta dijo: “Me logré, maestro, yo me logré gracias a usted. Seguí su ejemplo y estoy orgulloso de eso…” fue una expresión balbuceante, emitida por un joven profesor, aproximándose en exceso a su mentor; con acentuado tufo de alcohol y dando traspiés por mantenerse vertical.

El muchacho quiso explicar que había logrado cursar una carrera, contra los pronósticos supuestos décadas atrás. Siendo estudiante de secundaria, habían tenido oportunidad de conversar sus planes en varias ocasiones; sobre lo que cada uno de aquellos alumnos haría en el futuro.

Se visualizaban realizados como personas, como profesionistas, trabajadores en alguna empresa o institución. Él había sido uno de los más seguros al expresar con determinación, sobre sus convicciones de seguir estudiando, hasta obtener un título universitario. ¿Cómo había logrado reconocerle en ese estado y en la penumbra de aquella fría noche decembrina?.

Tenían varios años sin verse, pues sus caminos tomaron rumbos diferentes. No habían logrado hacerles coincidir, a pesar de compartir la profesión. Hubo sentimientos encontrados en el maestro.

Por un lado le daba gusto saber que uno de sus discípulos había conseguido ser profesionista, pero por otra parte, le incomodó la circunstancia del encuentro. Tenía la certeza de haber puesto especial atención en su forma de actuar para evitar dar contraejemplos a sus alumnos.

Quiso justificar el hecho por haberse encontrado en un ambiente festivo y de esparcimiento. Muy a su pesar aquella vivencia perduró en su memoria, quizá por la carga emocional involucrada en esa escena. Para un docente es difícil saber si cumplió bien con su trabajo porque, al igual que madres y padres de familia con sus hijos, sólo el transcurrir de los años permite detectar los productos de sus esfuerzos, de su dedicación, de los consejos y recomendaciones.

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La materialización de sus anhelos se ve reflejada en el actuar de sus estudiantes o de sus vástagos, según sea el caso. Otros oficios u otras profesiones advierten en muy corto plazo sus productos.

El maestro debe realizar su tarea con paciencia, con esmero, con imaginación y convicción, actuar con profesionalismo, realizando esfuerzos como si todo dependiera de su dedicación, pero esperando los resultados, como si todo dependiera de los demás, azar, de la Providencia o de causas ajenas.

Su actividad es semejante a la del sembrador, con noble esperanza, con magnánima resignación, aposta la semilla esperando que caiga en tierra fecunda, a sabiendas de la existencia de terreno árido, agreste, rocoso o falto de humedad.

Decidido a procurar los cuidados del principio requeridos, se anima cuando advierte los primeros brotes, el maestro se motiva con las primeras reacciones positivas y comunión de ideas de sus alumnos. Acepta que dependerá de una certera o equivocada toma de decisiones, siempre influidas por el entorno.

El escritor es sabio cuando dice: “Un maestro afecta a la eternidad, nunca sabe dónde termina su influencia”