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Crisis de valores | Huberto Meléndez Martínez

Al Profr. Cándido Vázquez Cortez,
por su ecuanimidad en la docencia.

De la sorpresa a la incógnita, del conocimiento al enojo, de la indignación a la decepción, fueron las emociones experimentadas por la maestra del grupo cuando de manera intempestiva, todos sus pequeños alumnos de primer grado salieron corriendo del salón sin que mediara petición ni permiso para abandonar el recinto.

Se percató de un fuerte ruido que le provocó sobresalto, pues lo asoció con el estruendo producido por un choque entre dos automóviles.

Precisamente eso sucedió, la escuela estaba ubicada a pocos metros de la carretera federal y se percibían gran cantidad de sonidos del tráfico ordinario.

La impresión bloqueó sus sentidos, teniendo dificultad para moverse del lugar, junto al pizarrón, donde desarrollaba su clase. Pudo aproximarse a la puerta y logró ver a otros dos colegas en actitud similar. La explicación la dio el maestro más sereno, quien fungía como director y trabajaba en esa comunidad desde hacía dos años.

Hubo un encontronazo entre un tráiler y un pequeño automóvil. La mole de fierro siguió su camino dejando volcada a la otra unidad. Enterarse de lo sucedido motivó el coraje de la docente, porque literalmente todo el alumnado corrió a la carretera para desvalijar el auto.

Era costumbre de los habitantes de aquella población, en lugar de acercarse a dar auxilio a los conductores en los percances, se apropiaban de todo cuanto podían, de las partes de los vehículos y las pertenencias de los accidentados.

Entre enojo e indignación al enterarse de tan nefasto hábito y de la presencia de adultos cargando en sus manos, rumbo a sus viviendas, enseres diversos sustraídos del auto volcado, con una naturalidad insultante para toda buena norma, la docente fue cayendo en la decepción.

¿Por qué tanta insensibilidad por la vida de los otros?, ¿Cuándo habían perdido esas personas la solidaridad por el desvalido? ¿Cómo era posible aquel ambiente de rapiña, en el que estaban involucrados todos los habitantes?, ¿Qué ejemplo de respeto adquirían sus alumnos en ese contexto?, ¿Sería posible aprender sobre autoridad, reglas, leyes y normas de convivencia armónica en la escuela, si los ejemplos inmediatos mostraban lo contrario?

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Indudablemente el reto educativo era enorme. Más aún porque la impunidad era tan ordinaria como la salida y puesta del sol. Sería inútil todo esfuerzo de formación en valores como la solidaridad, la obediencia, el respeto, la cooperación, la generosidad, la buena fe, la voluntad, la armonía, la cooperación, la cultura del esfuerzo, etc.

También parecería estéril toda política institucional implementada por el gobierno, las sociedades civiles, la iglesia, y/o agrupaciones positivistas por la honestidad, la transparencia, el buen ejemplo, la lucha contra la corrupción, la educación para la paz, la cultura del esfuerzo, el establecimiento de una sana convivencia comunitaria.

Y sin embargo los mentores debían seguir haciendo su trabajo analizando y reconociendo la crudeza de su realidad, implementando mecanismos ex profeso para hacer frente a esa insultante crisis de valores.