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24 de abril de 2024 | Dolar:$16.95

Sabor de un primer sueldo | Huberto Meléndez Martínez

Ese viernes tuvieron una sensación gratificante por haber cumplido una semana de trabajo escolar acorde a las expectativas. Se avecinaba un fin de semana inusual, es decir, en esta ocasión las actividades extraordinarias correspondían a otros grupos, las cuales realizaban desde las seis de la mañana del sábado.

Dispondrían del tiempo suficiente para lavar y planchar su ropa, asear su habitación, lo que hacían generalmente con apresuramiento, por falta de tiempo.

El sol septembrino iba cayendo junto con la tarde. Antes de irse a casa, vieron un grupo de condiscípulos charlar animadamente, a la sombra del edificio escolar.

Tres estudiantes se aproximaron al sitio de la conversación. Comentaban sobre la posibilidad de acudir a una huerta cercana al poblado, donde se cosecharía jitomate. El dueño necesitaba aumentar el número de trabajadores para hacer el corte en un solo día, empaquetar su producto y comercializarlo de inmediato.

Ninguno conocía el oficio, aunque habían escuchado los comentarios en otros de sus compañeros.

Al conocer el dato sobre la paga, se alegraron y quedaron todos citados para el día siguiente a las ocho de la mañana.

Llegaron con el ánimo, la alegría y las ganas que sólo la juventud puede enfatizar. En la cabecera del surco recibieron una cubeta. El jefe de la cuadrilla mostró pacientemente la forma de escoger y cortar los tomates más brillantes, los de color opaco estaban tiernos y debían esperar el siguiente corte; los maduros debían dejarse en la mata, no soportarían el empacado.

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Los primeros viajes cortando y cargando sobre el hombro la cubeta de unos veinte kilogramos fue un trabajo diligente y fácil, pero conforme transcurría la jornada y aumentaba la distancia del sitio para depositar la cosecha, el peso del producto fue haciéndose insoportable.

Picaba el sol, la sed y el hambre. Como no llevaron lonche, el capataz reunió algunas piezas maduras, las lavó y picó mezclando con cebolla, col y chile recolectado en la misma huerta, haciendo media cubeta de ensalada. Había mandado comprar tortillas sabiendo que sus muchachos, por ser estudiantes, carecían del recurso para portar alimentos.

Juan, el más vergonzoso, no aceptó el ofrecimiento del grupo, fue a esconderse debajo de los nogales circundantes de la huerta. Allá comió una gran cantidad de tomates. A veces la pobreza duele y da pena.

Al pardear la tarde, el trabajo fue todavía más agotador. Eran destacados en las actividades físicas escolares, pero en nada se comparaban con el cansancio.

Alegres recibieron veinte pesos por ese día de trabajo. Uno compró dos cuadernos, otro sintió alivio en el pago de sus pasajes, Salvador estuvo contento porque comería dos tortas en la refresquería. Pero percibieron incongruencia entre esfuerzo y salario.

Años más tarde recibirían un sueldo diez veces mayor ejerciendo su profesión.

Esa experiencia permitió confirmar que la permanencia en los estudios fue garantía para tener mejores condiciones de trabajo y una mejor calidad de vida.

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