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No perdamos Cancún: acuérdense de Acapulco

Recuerdo con nostalgia la emoción infantil que me invadía cuando, al acercarse la temporada vacacional de verano, era inminente el viaje familiar al puerto de Acapulco, ícono internacional mexicano durante décadas.

La hermosa bahía acapulqueña, visitada por turistas de todo el mundo desde el glamour de los años 60 hasta el destrampe juvenil de los 80, era orgullo nacional hasta que la delincuencia salió de las cloacas y ocupó la mismísima Costera Miguel Alemán para darle un letal golpe a este destino.

Ni huracanes como aquel destructivo “Paulina”, ni malas y corruptas administraciones estatales o locales, habían logrado quitarle el bullicio y la alegría al Acapulco de las escapadas adolescentes de fin de semana, de los alocados “spring breakers” norteamericanos que lo abarrotaban a principios de marzo de cada año, de las legendarias discotecas ochenteras que se negaban a evolucionar a “antros” de las nuevas generaciones locales y extranjeras.

Fueron los grupos delictivos disputándose mercados de estupefacientes y de personas, las armas largas a la vista, los cuerpos de ejecutados expuestos en puentes y avenidas, las balaceras nunca imaginadas más allá de películas o series policiacas, y la criminal complicidad de las autoridades lo que extinguió poco a poco el brillo acapulqueño sin que hiciéramos nada por evitarlo.

Hoy, Acapulco sobrevive de los fines de semana largos en vez de florecer permanente y diariamente como antaño, y requiere de campañas como “Habla bien de Aca” para que el turismo –temeroso- regrese a una plaza donde soldados y marinos sustituyeron a los guías de turistas en sus esquinas y en sus playas.

La historia reciente de Acapulco es una seria advertencia sobre lo que está ocurriendo hoy en el destino que lo sustituyó en el firmamento de las estrellas turísticas de playa en el mundo: nuestro Cancún.

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No es exageración: el aeropuerto internacional de Cancún es la terminal con más tráfico aéreo del país y –junto con la adyacente Riviera Maya- el destino más visitado por extranjeros en México, célebre por sus hermosas playas de arena blanca y su amplísima oferta de servicios turísticos.

Sin lugar a dudas, Cancún es clave para que México se ubique entre los primeros 10 países del mundo en materia de turismo, y de que este sector sea de los más dinámicos en la economía nacional, con índices de crecimiento anual del 7 por ciento.

Resulta increíble, por decir lo menos, que esta joya generadora de riqueza sea últimamente foco de atención mundial no por sus eventos ni por sus visitantes, sino por balaceras inmundas e infames paquetes con restos humanos abandonados en plena zona hotelera.

¿Nos vamos a acostumbrar a ello como sucedió con Acapulco, a la par de su decadencia?

No lo podemos permitir.

Démosle marcaje personal a Cancún, a sus autoridades, al Partido Verde que lo tiene secuestrado, a los alcaldes que –uno tras otro- escandalizan con sus frivolidades y fechorías, a los gobernadores que se sirven de la riqueza del paraíso y no lo sirven para que siga floreciendo.

No permitamos que el narcotráfico y la pelea por un jugoso territorio haga de Cancún un destino tan peligroso como aquellos asolados por la permanente amenaza terrorista en Europa o en Oriente Medio.

Exijamos una estrategia eficaz y un monitoreo permanente y evitemos que pase con Cancún lo que lamentablemente sucedió en Acapulco.

Y volteemos también a otros lugares donde está sucediendo algo parecido: Los Cabos, por ejemplo, otra mina de oro que parece venirse abajo por la presencia de la violencia criminal y de la abulia gubernamental.