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A un año del temblor de la Ciudad de México

Este miércoles 19 de septiembre de 2018, a las 13:14 horas, sonó en la Ciudad de México la alarma sísmica. Antes hubo un minuto de silencio, para recordar a las 369 víctimas del terremoto que, el año pasado, hizo cimbrar el subsuelo de la zona centro-sur del país.

Cómo no recordar que, hace un año, también sonó la alarma sísmica, a modo de simulacro, pues en 1985, en esta misma fecha, otro temblor asoló la Capital. Trágica y triste coincidencia. Desde hace tiempo, cada 19 de septiembre, a las 7:19 horas se iza la bandera a media asta en la Plaza de la Constitución. Y, a las 12:00 hrs, se realiza un simulacro: suena la alarma y se desalojan edificios. Hace un año estaba en Monterrey. Tenía vuelo de regreso a la Ciudad de México en la noche. Mientras escuchaba las noticias de las 13.00 hrs, los locutores comentaban la falta de seriedad ante los simulacros, subsiste el caos y la gente sale caminando sin la coordinación, ni la prisa necesaria. A la par de este comentario, en la cabina de radio, comenzó el nerviosismo y alguien dijo: ¡Está temblando! Pocos segundos después se cortó la transmisión. Traté de sintonizar algún canal en la televisión que corroborara esta noticia, pero no encontré nada. Abrí Twitter y en ese instante se multiplicaban los usuarios que en mayúsculas escribían: “¡ESTÁ TEMBLANDO!”.

Regresé a la Ciudad de México a las 21:00 hrs. Varias zonas no tenían luz eléctrica. Aquellas calles bulliciosas y repletas de tráfico, se mantenían vacías como si fuera de madrugada. Al día siguiente, al ir a la oficina, cuadrillas de jóvenes en bicicleta iban y venían ataviados de picos, palas, casco y guantes. Vía WhatsAppFacebook y Twitter se comunicaban y dirigían ayudas. Dentro del drama, fue bonito ver la solidaridad, especialmente en los jóvenes. Mucho se había dicho que los Millennialseran apáticos, egoístas y se alienaban en sus teléfonos inteligentes. Esos días, ellos fueron los primeros en llegar y los más dispuestos en ofrecer ayuda. Y el celular (móvil) fue la gran herramienta de logística e información.

Vinieron semanas de dormir con temor a las réplicas. Había una sensación (a flor de piel) de inmediatez, de inminencia, de que en cualquier momento podía volver a temblar. Los sentidos se mantenían alerta. En la calle, al caminar, se descubrían grietas en los edificios y desniveles en el piso, y con el rabillo del ojo se vigilaba cables para percibir movimientos sospechosos. Entrar a un lugar significaba ubicar puertas, por si había que salir corriendo. Se afina el oido para detectar el ulular de ambulancias y descartar la mencionada alerta sísmica. Cada charla o sobremesa convergía en narrar y volver a narrar lo vivido. Y había otra recurrencia, una obsesión, la de ver videos del sismo.

Los terremotos del 19 de septiembre de 2017, como el de 1985, mostraron la espontánea solidaridad del pueblo de México. También, exhibieron la corrupción. Muchos de las edificaciones se cayeron porque estaban mal hechas. Los materiales que se usaron para su construcción, no cumplían con los mínimos de seguridad que se requieren en zonas sísmicas. Había reglamentos, pero nunca hubo supervisores en dichas obras. Los permisos de construcción se liberaron y facilitaron con sobornos. Hubo irregularidades en las constructoras que ofrecieron departamentos (pisos) estéticamente bellos, modernos y carísimos, pero con entrañas débiles, cimientos baratos y estructuras podridas. Este patrón se repitió en la Ciudad de México y en el Estado de Morelos, Puebla, Guerrero, Chiapas y Oaxaca, que son los lugares más afectados. La ineficacia gubernamental sigue viéndose en los programas de reconstrucción y de atención a damnificados. Si bien en los noticiarios de televisión o en los diarios se presumen algunos logros, varías comunidades lejanas siguen sin recibir las ayudas necesarias y hay gente viviendo en lugares provisionales o escuelas que operan en casas de campaña.

Este tema de la corrupción (o el chanchullo, en término coloquial), latente y que se padece en cada rincón del país, es una de las causas que llevaron al triunfo al Presidente electo Andrés Manuel López Obrador. Uno de sus lemas de campaña fue precisamente este: “honestidad valiente”. Veamos si, en efecto, logra dar, de entrada a nivel gobierno, un giro a este mal. Si bien es cierto que el temblor de hace un año fue potente y violento, tanto o más es la corrupción que lucra con presupuestos, que desvía la ayuda a los damnificados y, sobre todo, que permite irregularidades en la construcción. Que el simulacro que se realizará este miércoles, junto con el levantar el puño en alto, símbolo de solidaridad con las víctimas, y el prepararnos mejor para actuar ante este tipo de percances de la naturaleza, nos ayude también a ser más éticos y mantener a raya el chanchullo, el agandalle y la chapuza.

Termino con este texto de Juan Villoro: 

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El puño en alto.

Eres del lugar donde recoges
la basura.
Donde dos rayos caen
en el mismo sitio.
Porque viste el primero,
esperas el segundo.
Y aquí sigues.
Donde la tierra se abre
y la gente se junta.

Otra vez llegaste tarde:
estás vivo por impuntual,
por no asistir a la cita que
a las 13:14 te había
dado la muerte,
treinta y dos años después
de la otra cita, a la que
tampoco llegaste
a tiempo.
Eres la víctima omitida.
El edificio se cimbró y no
viste pasar la vida ante
tus ojos, como sucede
en las películas.
Te dolió una parte del cuerpo
que no sabías que existía:
La piel de la memoria,
que no traía escenas
de tu vida, sino del
animal que oye crujir
a la materia.
También el agua recordó
lo que fue cuando
era dueña de este sitio.
Tembló en los ríos.
Tembló en las casas
que inventamos en los ríos.
Recogiste los libros de otro
tiempo, el que fuiste
hace mucho ante
esas páginas.

Llovió sobre mojado
después de las fiestas
de la patria,
Más cercanas al jolgorio
que a la grandeza.
¿Queda cupo para los héroes
en septiembre?
Tienes miedo.
Tienes el valor de tener miedo.
No sabes qué hacer,
pero haces algo.
No fundaste la ciudad
ni la defendiste de invasores.

Eres, si acaso, un pordiosero
de la historia.
El que recoge desperdicios
después de la tragedia.
El que acomoda ladrillos,
junta piedras,
encuentra un peine,
dos zapatos que no hacen juego,
una cartera con fotografías.
El que ordena partes sueltas,
trozos de trozos,
restos, sólo restos.
Lo que cabe en las manos.

El que no tiene guantes.
El que reparte agua.
El que regala sus medicinas
porque ya se curó de espanto.
El que vio la luna y soñó
cosas raras, pero no
supo interpretarlas.
El que oyó maullar a su gato
media hora antes y sólo
lo entendió con la primera
sacudida, cuando el agua
salía del excusado.
El que rezó en una lengua
extraña porque olvidó
cómo se reza.
El que recordó quién estaba
en qué lugar.
El que fue por sus hijos
a la escuela.
El que pensó en los que
tenían hijos en la escuela.
El que se quedó sin pila.
El que salió a la calle a ofrecer
su celular.
El que entró a robar a un
comercio abandonado
y se arrepintió en
un centro de acopio.
El que supo que salía sobrando.
El que estuvo despierto para
que los demás durmieran.

El que es de aquí.
El que acaba de llegar
y ya es de aquí.
El que dice “ciudad” por decir
tú y yo y Pedro y Marta
y Francisco y Guadalupe.
El que lleva dos días sin luz
ni agua.
El que todavía respira.
El que levantó un puño
para pedir silencio.
Los que le hicieron caso.
Los que levantaron el puño.
Los que levantaron el puño
para escuchar
si alguien vivía.
Los que levantaron el puño para
escuchar si alguien
vivía y oyeron
un murmullo.
Los que no dejan de escuchar.