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Breve reflexión de navidad

Apenas regreso de estar varios días en comunidades campesinas e indígenas del sur del Estado de Veracruz, en México. Junto con un grupo de universitarios, fuimos de misiones a la parroquia de Tatahuicapan, atendida por compañeros jesuitas. Dado que venía el día de la festividad de la Virgen de Guadalupe, me ofrecí para celebrar misas y, así, tuve la oportunidad de visitar diferentes pueblos y convivir con mucha gente de aquellos rumbos.

Me llamó la atención que, en cualquier lugar, por más remoto y perdido, ahí hay una tiendita que vende productos de Coca Cola, Pepsi y Bimbo, por poner unos ejemplos (somos un país que consume muchas golosinas y chunches). Las casas donde me hospedé, en su mayoría, tenían pisos de tierra o de cemento, por muy humilde que fuera, nunca faltó un refresco de tres litros para ingerir los alimentos. También, en cada hogar hay un televisor (elemento siempre presente y, sobre todo, parlante). En una ocasión, mientras desayunaba, escuchaba un programa matutino de tertulia. Si bien el set televisivo era de finos decorados, la conversación era boba, frívola y sosa. Aquí se me venía el pensamiento que si bien es un drama ver o tener una vivienda sumergida en tanta pobreza, también es triste tener una cabeza poco amueblada.

En esta semana, en donde cada día dormía en un pueblo distinto, visité varias capillas y, a su vez, varias contaban con pisos de tierra, paredes de madera y humildes techos de lámina. Otras estaban construidas de cemento y se venía que habían sido diseñadas por arquitectos. En todas noté mucha participación de la gente que, por lo accidentado de la geografía, hace imposible que los sacerdotes puedan ir y venir con facilidad a los diferentes pueblos, por lo que el papel del animador ha cobrado especial relevancia, ya que es una persona designada para hacer paraliturgias y promover equipos y actividades en la iglesia local. En este sentido, con aquella imagen que me surgió viendo a los comentaristas de televisión matutina, se me venía el símil de que el corazón bien puede ser una especie de capilla, en donde se requiere que, junto con muebles que sean buenas herramientas que ayuden a que nos sea fácil perdonar, tender puentes de solidaridad con los demás y ser buenos amigos, vecinos y ciudadanos; también requieren de un agente animador.

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Está cerca la Navidad. Más que hacer alarde de consumismo, quizá esta época pueda ayudarnos a transformar o, mejor dicho, orientar el corazón. Independientemente de qué tan creyentes somos (o no lo somos), este tiempo es un buen momento para recordar a la gente que es para nosotros inolvidable, como bien comentaba un amigo en estos días. Este es un buen tiempo para gastar y perder el tiempo visitando, llamando, conversando o simplemente estando con la gente que queremos. Necesitamos ese agente animador interno que identifique y ponga en acción el que nos levantemos y marquemos a los buenos amigos de ayer y hoy, que no todo quede en un mensaje vía whatsapp.

Allá en Tatahuicapan, entre las festividades de la Virgen de Guadalupe, escuché plegarias de madres pidiendo por sus hijos que migran a EUA, así como por los enfermos y por los que están pasando momentos de zozobra ante la violencia. Me llamó la atención que pedían no para ellas, sino por otros. Creo que esto es un rasgo bonito de la fe, que nos ayuda y enseña a preocuparnos por los demás, dejando lo propio hasta cierto punto para después. El amor esto enseña, que quien importa es el otro. El estribillo de un canto que sigue dándome vueltas en la mente, y en el corazón, es este que escuché en estas capillas de piso de tierra: “Iglesia sencilla, semilla del Reino. Iglesia bonita, corazón del pueblo”. Quizá eso necesitamos, cierta sencillez que nos permita tener mayor apertura a los otros y al Otro, a Aquel a quien estamos por recordar su nacimiento en estos próximos días. ¡Feliz navidad y felices fiestas a todas y a todos!