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27 de marzo de 2024 | Dolar:$16.67

Propósito logrado

Propósito logrado – Era una madrugada oscura del mes de octubre, sin luna, las estrellas con un brillo inusual, adornaban el firmamento, cuando padre, hijo y hermano, emprendieron el camino rumbo a una escuela Normal, en donde él realizaría sus estudios de docente.

Empezar aquella aventura provocaba temor, contrastante con el anhelo de cursar una carrera. En la despedida la madre, no pudo contener las lágrimas al darle su bendición. Habría seguridad en las oraciones diarias, prodigadas por ella. La familia fue determinante en la consecución de su propósito.

La tristeza se le acentuó porque tenía presente aquél proverbio que sentenciaba: Al caer el primer grano, se desgrana la mazorca. Era el primero de nueve hijos quien dejaba el seno familiar para ir en busca de un ideal.

Un destino esperanzador, pero quizá difícil; indefinido, pero certero; angustiante, pero deseable; doloroso, pero promisorio. En casa se avecinaban grandes sacrificios económicos, para sostenerle. Valdría la pena el esfuerzo, pues sería profesor en pocos años.

En el trayecto el estudiante repasó mentalmente su inventario. Un pequeño catre individual, una máquina de escribir y dos cambios de ropa en una caja de cartón.

Cursó la carrera con avidez de conocimientos, tuvo oportunidad de recorrer mundo a través de las páginas de los libros, del trabajo académico, de la relación escolar, de la prestación de servicio social y comunitario.

Al concluir los estudios había logrado otro inventario… grandes conocimientos y experiencias, cientos de amigos; el mismo catre y máquina de escribir, cuatro cambios de ropa adquiridos con una beca recibida los cuatro años; un informe recepcional a manera de tesis; un título bajo el brazo y una plaza para desempeñarse como Profesor de Educación Primaria.

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El transcurrir de los años proporcionó experiencia y consolidó su personalidad. Décadas más tarde logró disponer de una vida profesional realizada y eventualmente cúmulo de éxitos, de errores cometidos, de la reconfortante sensación al recordar la influencia ejercida hacia centenares de alumnos. Sus primeros pupilos son ahora personas que rebasan los cuarenta y cincuenta años de edad, gente mayor, son gente de bien. Puede decirse que es abuelo a través de ellos. La vida de sus exalumnos dan testimonio de los aprendizajes alcanzados en los estudios, como dicta el poema, adquiriendo “un pacto de sangre con la justicia social, un pacto de amor con la libertad”.

Él es prueba del poder transformador de la educación. Como muchos profesionistas, su forma de vida es distinta a la de compañeros y amigos de generación.

Cuando eventualmente visita su escuela, siente refrendar las responsabilidades inherentes a su profesión.

Comprobó que no hay camino fácil, que las recompensas llegan en proporción al esfuerzo invertido, asimiló la importancia de la actualización profesional, del reconocimiento de la inexistencia de recetas o procesos únicos y funcionales, la necesidad de armonizar las relaciones en la comunidad educativa, de la trascendencia y los efectos positivos de la educación en las personas.