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Un dedo en la llaga | Huberto Meléndez Martínez

Al Sr. J. Jesús Rangel de la Paz, alias Don Cruz, por su apoyo y visión en la Educación.

En sesión ordinaria de ejidatarios, efectuada el primer sábado de cada mes, y contando en esta ocasión con la presencia de autoridades estatales, para elegir una nueva mesa directiva del Comisariado Ejidal, el presidente de la mesa de los debates expuso: “Se reciben propuestas para secretario de este comité”.

“Dejen al mismo de la vez pasada”, expresó una voz desganada desde la penumbra del salón de sesiones.

El recinto había sido edificado con grandes esfuerzos haciendo faenas en la elaboración de adobes, aportando la mano de obra y levantar las paredes, estableciendo una cuota de materiales de la región para construir el techo de ocotillo, con su respectivo terrado y una capa de mezcla a base de cal y arena, fermentada por varias semanas. La novedad había sido la colocación de un piso de cemento, con una puerta y un par de ventanas metálicas, pegadas a base de una moderna soldadura autógena.

Aún carecía del suministro eléctrico, por lo que el presidente en turno, debía tomar precauciones, portar una bombilla con mecha, y la correspondiente reserva de petróleo (combustible), pues las jornadas duraban hasta entrada la madrugada.

Del mismo rincón donde surgió la voz con la primera propuesta alguien objetó… “No, compañeros, creo que debemos nombrar a otro secretario. Recuerden que ya tenemos una generación de alumnos con sexto año de primaria. Ellos están más estudiados que nosotros, propongo que sea alguien de esos muchachos que, aunque son muy jóvenes, ya se les dieron derechos ejidales, tienen parcela y por ello también tienen obligaciones.”

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La asamblea estuvo de acuerdo. Se nombró a uno de los nuevos ejidatarios de mayor edad, recién egresados en el verano pasado.

Prosiguió la asamblea. Entró en funciones la nueva directiva y uno de los asuntos principales era la lectura de la correspondencia. El secretario saliente entregó ahí mismo los archivos, y los papeles pendientes de lectura.

El joven se acercó al quinqué, con voz nerviosa empezó a leer: “Cepdtedelcomisariadoejidal, presente. Dirijoaudestecomuni-comu-ni-ca-do- -comunicado. Parare-cor-dar- -pararecordar… elpagopendientedelpre-dial. Elpagopendientedelpredial.”

Conforme avanzó en la lectura aumentó la perturbación, combinada con inseguridad, fue bajando la cabeza para eludir las miradas de los más cercanos, disminuyó el volumen de su voz… Concluyó sudando copiosamente.

Hubo rostros atónitos, pero nadie censuró al lector. Los de más experiencia sintieron frustradas sus esperanzas. La decepción permeó en los liderazgos comunitarios. Recordaron la gran cantidad de días sin clases por las faltas reiteradas de los mentores, la evidente desorganización en los eventos escolares presentados a la población, las salidas temprano y los recreos prolongados. Su escuela estaba quedando a deber mucho de lo que esperaba la Comunidad.

Los visitantes especiales también guardaron silencio, quizá en sus pensamientos bullía el cuestionamiento, la pena ajena, la desilusión.

Quedaron aplazadas las esperanzas de contar con una escuela más eficiente. La impotencia a veces genera desánimo. Tal vez por éstas situaciones sea lento el proceso de superar al subdesarrollo.