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Aprender a interpretar | Huberto Meléndez Martínez

Aprender a interpretar – Grandes interrogantes y una angustia impensable (desesperante) fue experimentando el profesor, al calificar los exámenes de matemáticas de sus alumnos del quinto grado.

La desazón se debía a la sorpresa de encontrar respuestas incongruentes y algunas totalmente fuera del sentido de las preguntas. Los resultados fueron desalentadores.

Le fue difícil escudriñar en el pensamiento de sus alumnos, sobre lo que habían interpretado de las instrucciones. Ahora entendía el nerviosismo del grupo cuando fue informado del calendario de los exámenes. Hubo una sensación de inquietud e incógnitas hacia el profesor, sobre lo que se preguntaría en la consabida prueba.

El maestro, pretendiendo tranquilizar sus temores, había expresado con voz serena y actitud moderada, la recapitulación sobre la temática abordada los últimos meses.

Representó un importante reto encontrar las razones de esa situación. Sabía que debía actuar con prudencia y mucho tacto a fin de motivar a los estudiantes para mejorar el desempeño escolar, así que cuando se presentó ante el grupo, procuró indagar sobre las dificultades que tuvieron para responder acertadamente.

Su angustia fue disminuyendo al comprobar la comprensión de los temas incluidos en la prueba. Quiso cerciorarse de la disponibilidad de los conocimientos involucrados y lo consiguió parcialmente en el desarrollo de la sesión. Pretendió aparentar calma, pero quedó muy inquieto en los meses sucesivos.

Luego de poner mucha atención y de indagar sobre la contrariedad, consultando con sus colegas se dio cuenta que sus alumnos tenían severos problemas para interpretar lo que leían, en especial les faltaba dominio sobre la comprensión lectora.

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A fin de que contestaran adecuadamente, los ejercicios cotidianos, leían a coro, les había explicado frase a frase y hasta cada palabra de los enunciados, les enfatizaba sobre el contenido de las indicaciones y la mayor parte del grupo ejecutaba con propiedad sus acciones. ¿Qué había sucedido entonces?, ¿A qué se debían los resultados adversos? Como un relámpago vino la idea al maestro, cuando recordó conocer a varios niños que tardaban en empezar a hablar.

Siendo hijos pequeños mamá y papá, involuntariamente los sobreprotegen, a la menor mueca, al menor gesto o señal, los atienden, adivinando su pensamiento, por eso los pequeños no sienten la necesidad de aprender a hablar, su código de comunicación es interpretado por los adultos.

Es imprescindible hacerles sentir la necesidad de resolver sus problemas. Dice el refrán que “ningún caballo abreva si no tiene sed”, hay qué motivar la sed en el equino. Motivar a los pequeños a incursionar en los diversos medios sociales de su entorno y con ello, encontrar la manera de comunicarse verbalmente con su familia.

Hay similitud en estos contextos, se requiere el apoyo de tutores y docentes, para practicar y ejercitar gradualmente, plantearles retos en casa y escuela. Docentes y tutores ocupan estar constantemente vinculados para informar, orientar e intercambiar impresiones de los avances; establecer acuerdos e implementar acciones de colaboración recíproca, en beneficio de los pupilos.